Lo estético, como prerrogativa de lo ético y lo político.En torno a la
subjetividad, la educación y otras cuestiones.
Por María Silvina González
“Estábamos aterrados y
vivíamos en un mundo deshumanizado. Por no ser imprudentes fuimos cómplices.
Nos arrastramos por lo bajo para que no nos vieran, para poder escapar. Nos
convencimos que el mal es todopoderoso y que no había manera de escapar de él.
Aunque el testimonio de aquellos pocos que lo hicieron nos demostrara que, en
el fondo, había una opción.”
Cerrutti, Gabriela, 1997
Somos sujetos históricos, además
de vivir, padecer, disfrutar, tenemos la inevitable tarea de reflexionar, de
pensarnos como tales. Es a partir de esta reflexión
que nos constituimos, además, en sujetos
conscientes, capaces de decidir cómo queremos transitar la historia, qué
marcas queremos dejar, qué queremos y podemos transformar, qué podemos crear…
Pertenezco a la generación a la que Gabriela Cerrutti denominó “herederos
del silencio”, una generación que transcurrió su adolescencia y parte de la
juventud durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional. El dolor, la
indignación, la necesidad de participación, la urgencia de un orden social más
justo fueron alimentando mi formación.
Empecé a soñar con una sociedad más justa, y a partir de ese sueño
descubrí que la educación podía ser un camino para lograr esto. Concibo a la educación como tarea política, estoy convencida que la escuela es un espacio privilegiado para
la reconstrucción de nuestra sociedad a partir de una educación que apunte a
formar la conciencia, para llegar a la autoconciencia
y a la autenticidad. Estas son
prerrogativas fundamentales para una ciudadanía
emancipada, libre, capaz de decidir su propio destino.
En mi experiencia de docencia e investigación he podido constatar que,
en general, la escuela reproduce prácticas asistencialistas, propias de una
sociedad enferma. Muchas veces la escuela es, simplemente, un lugar para
“estar”, una especie de gran contenedor que mientras puede “retiene”, o de lo
contrario expulsa a una población condenada a la marginación y a la exclusión
social.
Al
preguntarme qué hacer frente a esto comencé
a considerar que la posibilidad de la educación
estética podría constituirse en una propuesta frente al complejo panorama
educativo actual.
Creo que hoy más que nunca debemos pensar cómo enfrentar la desolación,
el desconsuelo y la angustia institucionalizadas. En ello, va nuestro
compromiso no sólo como educadores, sino como ciudadanos.
Como educadora, creo que vale la pena hacer un pequeño aporte que,
sumándose al esfuerzo de otros muchos que comparten estas preocupaciones,
constituya una gran propuesta de
transformación de nuestra sociedad, es decir, de transformación de nosotros mismos. En este sentido estoy convencida
de la importancia de las posibilidades que proporciona el explorar, propiciar,
incentivar, el potencial creativo que todos llevamos dentro, y que muchas veces
queda guardado, silenciado. Animarnos a educar en esta dirección, para
convertir nuestra vida y nuestra sociedad, en algo más equilibrado, armónico,
bello, en algo más justo y más bueno. Al decir de E, Díaz, animarnos a realizar
un esfuerzo creador que consiste en poetizar
la vida y transformarla en obra de arte.
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