Manifiesto por la Educación
La educación es el desafío de lo imposible. Es un diálogo,
una entrega, una propuesta.
La educación es conversión. Es propiciar un cambio, un
comienzo. Es también escucha fiel.
Escucha de otra voz, que es siempre evento, novedad, acontecimiento. Irrumpe, se despliega, conmoviendo y movilizando
nuestro entramado de saber, perforándolo, ahuecándolo con otra verdad. En este
sentido, educar es en cierta manera forzar,
y sentirse forzado.
Es un esfuerzo de presentación más que de representación.
Educar no puede ser nunca hablar en nombre de otro, sino, mostrar al otro,
nombrarlo, hacerlo evidente.
La educación es renuncia al
poder hegemónico y al protagonismo. Es entender el poder como posibilidad, nunca como dominación.
La educación implica la generosidad de quien
incluso puede ocultar su rostro para que el texto se diga, para que la palabra
se escuche, para que la injusticia, al hacerse evidente, produzca una rebeldía transformadora.
Poder educar, es poder soñar con otros, sentir que hay algo
más allá, un camino que abrir, un obstáculo que sortear.
Educar es escribir, dar a
leer, escuchar y rescribir el texto.
Es soportar el desafío del
infinito, de lo siempre posible, de lo aún no conocido.
Es abandonar las certezas tranquilizadoras, para
desafiar el abismo del acontecimiento. El abismo que implica el otro que me
interpela, que tacha el texto y escribe al margen. Que inventa otro final, o se
siente provocado a un nuevo comienzo.
Educar es amar, es curar, es descubrir la
humanidad del otro, hacer resplandecer su belleza. Es encontrar en el otro alguien que puede caminar conmigo. Es imaginar un mundo mejor, un mundo más
justo donde todos seamos necesarios, y juntos
podamos proyectar, en
libertad, el futuro que deseamos.
María Silvina González, 2003
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